miércoles, 19 de octubre de 2011

Romance del inventor charlatán y la princesa china

Amigos, he aquí una nueva obra para que chusmeen. Como siempre, si planean realizarla, me mandan un mail a nicoallegro@gmail.com.

Saludos

Romance del inventor charlatán y la princesa china

Relator

A lo lejos se adivina
la torre de gran palacio
donde una princesa china
peina su cabello lacio.

Desprovista de murallas,
la ciudad ha perdurado
seis siglos teniendo a raya
las lides de otros poblados.

No han pasado las Cruzadas
ni se ha sufrido una guerra;
nadie quiso con su espada
adueñarse de esta tierra.

Nunca han querido imponerles
rey extraño o dios divino,
nadie ha querido comerles
el pan, ni tomar su vino.

Y si a la ciudad llegaban
juglares con sus relatos,
y sus laúdes contaban
de feudos y virreinatos

y ciudades y ducados
que los reyes codiciosos
habían incorporado
a sus suelos ya frondosos,

y el medio para lograrlo
había sido guerra y fuego,
entonces el joven Carlo
de emoción quedaba ciego.

Y soñaba ser soldado
(de Dios o de quien mandare)
y jamás ser derrotado,
y que por él en altares

de todo el mundo rezaran
y pidieran las doncellas
que él fuera quien las amara
para siempre sólo a ellas.

Y soñaba que al pedido
de princesas y de mozas,
les respondía ofendido
que en su tierra tenía esposa.

Carlo siempre había soñado
con desposar a la joven
antes de que, por quedado,
otros hombres se la roben.

Pero reinaba el problema
de que él era un vulgar hombre.
sin diamante, perla o gema
que a la princesita asombre.

Y por no tener riqueza
que merezca el atractivo,
Carlo intenta con presteza
reparar destino esquivo.

Y cree que si aprendiera
las artes de la batalla
acaso ella le diera
su amor, por dar él la talla.

Y así Carlo, entusiasmado,
puso norte en el palacio
y en la torre la ha avistado,
peinando cabello lacio.

Pero hete aquí una cuestión:
no puede al castillo entrar
sin tener invitación
o dote que presentar.

Así que tendrá el ingenio
que concurrir a la cita
veremos si con empeño
Carlo logra la visita.



Guardia: -¿Quién tiene la osadía de presentarse ante las puertas del palacio? Identifíquese.

Carlo: -Saludo a usted, noble caballero, guardián de la realeza, ando vendiendo...

Guardia: -La puerta está cerrada a vendedores. El rey no necesita nada.

Carlo: -Es que yo vendo coronas.

Guardia: -¿Coronas?

Carlo: -Sí, coronas de rey. Soy herrero, y mi especialidad son las coronas de oro.

Guardia: -Nunca vi a nadie vender coronas de rey.

Carlo: -Es que no somos muchos, hay solo dos en toda la comarca. Y pasamos muy cada tanto, imagínate que hay un solo rey por reino, y a veces ni reina ni príncipes. Además nuestro trabajo es bueno, y cada corona tiene garantía de cien años. Yo estoy viniendo para renovar la de la princesa.

Guardia: -¿Y es necesario?

Carlo: -Según mi diario de viaje he pasado por aquí hace... noventa y nueve años, once meses y treinta días. La corona de la princesa está por vencerse.

Guardia: -No me mientas, ¿no intentarás hacerme creer que tienes cien años? ¿me tomas por idiota?

Carlo: -Por supuesto que no. ¡Si tuviera cien años no podría haber pasado por aquí hace noventa y nueve, once meses y treinta días! ¡Los niños con sólo un día de edad ni siquiera caminan! Tengo ciento treinta y dos octubres, recién cumplidos.

Guardia (enojado): -¡Que sólo sea un guardia no te da derecho a pensar que soy el tonto del pueblo! ¿Cómo pretendes haber llegado a esa edad en semejante estado?

Carlo: -Es que he comprado la pócima mágica de la vida eterna.

Guardia (sorprendido): -¿Vida eterna?

Carlo: -Imagínate, con el trabajo que tengo y la calidad de mis coronas, me moriría de viejo sin poder vender dos seguidas. Entonces he aprovechado al vendedor de pócimas que pasó por el pueblo y le he comprado una para la vida eterna.

Guardia: -Yo no he visto ningún vendedor

Carlo: -¡Pues claro! Pasó hace ciento doce años

Guardia: -¡Y yo me lo he perdido!

Carlo: -De todos modos tú no necesitas una vida eterna.

Guardia: -¿Por qué dices eso?

Carlo: -Porque tu trabajo es rutinario. Todo los días parado aquí mirando, ¿cuántas horas?

Guardia: -Doce

Carlo: -Doce horas. Medio día desperdiciado vigilando y desconfiando de los desconocidos. Medio día, todos los días de tu vida, es media vida tirada a la basura aquí parado.

Guardia (pensativo): -Nunca lo había pensado de ese modo...

Carlo: -Dime una cosa, ¿cuánto duermes?

Guardia: -Ocho horas.

Carlo: -Ocho horas durmiendo, más doce aquí parado, sólo vives cuatro horas por día, un sexto del día, es decir, un sexto de tu vida, que puedo apostar que te lo pasas en la taberna bebiendo vino.

Guardia: -Yo...sí, estoy unas tres horas ahí

Carlo: -Ocho horas durmiendo, más doce aquí parado, más tres en la taberna, sólo vives una hora por día. Es decir, una veinticuatronésima parte de la vida. ¿Para qué quieres vida eterna, para vivir así? ¿Cuántos años tienes?

Guardia: -Veinticuatro

Carlo: -¡Pues te has pasado veintitrés haciendo nada!

Guardia (confundido): -Nunca había pensado...

Carlo: -Nunca había pensado, nunca había pensado, todos dicen lo mismo. Pero es tu día de suerte. Llevo entre mis cosas la botella donde venía la pócima de la vida eterna y ayer justamente noté que le había quedado un poco al fondo. Puedo dártelo, si quieres, yo me contento con lo que he tomado.

Guardia (contento y más aliviado): -¿En serio? ¡Gracias! ¿Y con ese poco yo también viviré para siempre?

Carlo: -No lo creo, es sólo un poco. No te puedo prometer eso. Pero seguro te agregará tantos años como has perdido. ¡Toma, buen hombre, y deja de desperdiciar tu vida ahora mismo!

Guardia: -¡Gracias!

Carlo: -Corre a escribir poemas y hacer algo útil, ten hijos y edúcalos para que no tiren su vida a la basura como casi haces tú, aquí parado vigilando el castillo todo el día, que si yo no aparecía ibas a ser vigilante toda tu vida.

Guardia: -¡Gracias de nuevo, eres muy generoso! ¡Voy ahora mismo!

Carlo: -Ve, ve. Y no te olvides de abrirme las puertas que debo llevar la corona a la princesa.

Guardia: -Ahora mismo. ¡Gracias, buen hombre, gracias!

Carlo: -Gracias a ti, amigo mío. ¡Gracias a ti!

Relator

Y gracias a la virtud
y el don de la inteligencia,
que es casi decir salud,
Carlo entró en la residencia

(que en realidad es palacio)
y buscará en ella el cuarto,
más ligero que despacio.
Reptando como un lagarto,

por no ser visto ahí adentro,
su corazón se acelera
en busca de aquél encuentro,
mas no encuentra la escalera

que lleva al cuarto de arriba.
Mientras busca redondea
esa idea siempre esquiva
de un sistema de poleas

que pueda llevarlo a uno
hasta pisos superiores,
sin ese cansancio sumo
de tres pisos de escalones.

Imagina habitación
muy pequeña y movediza
y que la pone en acción
una soga corrediza.

Ya dentro de ella, subiendo,
evitaría el desgaste.
Pero el que esté fuerza haciendo
de la cabeza hasta el traste

para subir el invento,
se quejará con motivo,
insultando a cuatro vientos.
Hace falta un correctivo.
Y Carlo piensa que habría
que inventar un aparato
que haga fuerza todo el día
y mueva los carromatos.

Pues sabe que su ascensor
no funciona con palanca.
No se le ocurre el motor,
y el invento se le estanca.

Sabemos lo que aquí ocurre
y por qué le cuesta tanto:
es que esta historia transcurre
en el siglo nosecuánto.

Casi nada hay inventado,
y lo que hay tiene fallas.
"Pero vale lo intentado"
se dice, y luego calla

a su mente divagante,
pues acaba de llegar
a escalera deslumbrante
que se apresta a remontar.

Y una vez allá en lo alto
pasa el último recodo,
pero se frena de un salto
pues en la puerta hay un godo

vigilando la morada.
Se trata de un tipo flaco
(perdónese la humorada)
y lleva por nombre Paco,

pues proviene de la España
donde los Pacos abundan.
Y es hombre de mala entraña
pues lo oídos le zumban

por extraña enfermedad,
y, molesto todo el día
desde muy temprana edad,
detesta la rebeldía

y las acciones y el ruido
que generen movimiento
distinto del conocido,
y es de temer, no les miento.

Para este último escollo
Carlo piensa en la estrategia.
Qué decirle es el meollo.
Este guardia es una regia

complicación. Ya veremos
lo que Carlo inventa ahora.
Por su éxito recemos,
que ya se acerca la hora.

Carlo: -Cambio de turno, debes ir para abajo.

Paco (con mala cara): -...

Carlo: -El rey ha ordenado un cambio de turno, tienes que ir a vigilar a otra parte.

Paco: -...

Carlo: -Paco

Paco: -...

Carlo: -Paco

Paco (malhumorado): -Cállate. Me molestan los oídos, déjame en paz. Mi turno termina en tres horas, cuando el sol comience a bajar. De todos modos, ¿quién eres tú?

Carlo (dudando falsamente): -Eeeeehhh.... soy... soy nuevo en Palacio, me encargo de la organización interna.

Paco: -Las órdenes las da el rey.

Carlo: -Y yo las transmito. Sabes, él no está bien de salud y el médico le ha aconsejado no andar subiendo y bajando escaleras para mantener el Palacio en orden.

Paco: -No te conozco, tú no trabajas aquí.

Carlo: -Desde hoy sí, llegué al pueblo esta mañana.

Paco: -¿De dónde llegaste?

Carlo: -Eso no importa.

Paco: -Sí que importa, ¿quién eres tú para llegar de otras tierras, entrar en Palacio y darme órdenes?

Carlo: -No quiero hablar de eso, no importa quién soy yo. Solamente te digo que tienes que cambiar la guardia e irte a la puerta principal ya que el guardia de allá abajo se dejó engañar por un embustero y se fue, dejando el castillo descuidado. Es una orden de mi... perdón, es una orden del Rey en persona

Paco (perspicaz): -¿Qué ibas a decir? ¿Es una orden de mi qué?

Carlo (fingiendo apuro en irse): -Nada, olvídalo. Ya me voy. Si tú dices que tienes que quedarte tres horas más, debo haber cometido un error.

Paco: -¡Tú no vas a ningún lado! Sé que me estás escondiendo algo. Te aprovechas porque me molestan los oídos, pero no me vas a engañar tan fácilmente.

Carlo: -Descuida, no hay problemas, yo no soy nadie.

Paco: -Primero dices que vienes de lejos...

Carlo: -Sigo mi camino si lo deseas....

Paco: ... luego dices que hoy mismo llegaste y ya entraste al palacio....

Carlo: -No, no me he explicado bien quizás, yo no soy nadie...

Paco: -... y aseguras que no eres nadie para que yo me lo crea. Entonces debo pensar que sí eres alguien...

Carlo: -No, no vayas a creer, solamente mi, ¡perdón!, el Rey me dijo que...

Paco: -Y eso de decir "mi, ¡perdón!, el rey"...

Carlo: -No es nada

Paco: -¡Te descubrí! Dices que debo ir abajo porque al otro guardia lo engañaron y se fue para siempre. Pues bien, yo creo que tú fuiste quien lo engañó, y el rey entonces lo ha despedido. Eres un espía del rey... y el rey es tu...

Carlo (con falsa resignación): -Padre. El rey es mi padre. Me has descubierto.

Paco: -¡Tú eres el príncipe que siempre está de viaje!

Carlo: -Sí, la verdad que sí.

Paco: -¡Y por eso llegas y tienes tantas facilidades para manejarte en el palacio!

Carlo: -Pues sí, debo confesarlo. Aprovechando que muchos trabajadores del castillo no me conocen, mi padre me ha pedido que me vista de lacayo y revise si cumplen órdenes de urgencia, o se rebelan y lo desobedecen.

Paco: -De ninguna manera quería yo ofender a su majestad. Podrá entender el señor príncipe. Además, sabrá que tengo problemas en los oídos y ...

Carlo: -Sí, sí, lo sé. Y por eso, cuando el guardia de abajo perdió su empleo le propuse a mi padre que te traslade a ti, ya que aquí arriba la presión es mayor, el viento es fuerte y puede empeorar tu problema auditivo.

Paco: -¡Es cierto! Cada vez que el zumbido del viento corta la tranquilidad diaria, comienzo a sentir mareos y dolores.

Carlo: -Y yo pensé que estando abajo no te iba a suceder nunca más, y podrías trabajar mejor.

Paco: -Pues muchas gracias, su majestad.

Carlo: -Lo que sí, debes ir ahora mismo ya que el castillo está desprotegido. Sal directamente, y no le digas a nadie nada de esto, que deseo controlar a los demás guardias, a ver cuántos hay tan perspicaces como tú.

Paco: -Voy ya mismo. ¡Muchas, muchísimas gracias su majestad!

Carlo: -No, por favor, gracias a ti, amigo. Gracias a ti.

Relator

Y cuando ya se hubo ido,
y sin moros en la costa,
una emoción lo ha invadido
y ya en la puerta se aposta

para golpear e implorarle
a la princesita bella
que permita demostrarle
que es gran guerrero y, por ella,

surcará los continentes
acaparando riquezas,
con la espada y con los dientes,
para traer a su alteza

y ser digno de su amor,
de su lecho y de su nombre,
por ser un conquistador
como no lo fue otro hombre.

Y antes de golpear practica
movimientos de combate.
Por si ella lo solicita
ya conoce hasta el karate

de orientales latitudes.
Si llega a haber desconfianza,
descreídas actitudes,
Carlo puede meter panza

y mostrar cómo va a hacer,
peleando a capa y espada,
para acaparar poder
y brindárselo a su amada.

Ha llegado el gran momento,
Carlo ya mueve la puerta,
mas tiene un presentimiento
que lo hace poner alerta.

Es como un sexto sentido
que permite adivinar
y no estar desprevenido
ante lo que va a pasar.

Pues resuenan las bisagras
y no ve lo que esperaba:
no es la princesa, y es magra
la piel de la inesperada

mujer que se encuentra adentro,
que no es joven ni arreglada.
No luce como el encuentro
que hasta hace un rato soñaba,

y no parece el cabello
ser lacio mientras lo peina
ni ser su rostro tan bello...
¡si es su madre, la Gran Reina!

Carlo entiende en un instante
que el error que ha cometido
tiene talla de elefante:
como se hallaba perdido

cuando encontró la escalera
seguramente ha subido
a la torre que no era,
¡vaya colosal descuido!

Se ha equivocado de torre
y se halla ante la señora.
Que su inteligencia borre
su torpeza. Pero ahora,

piensa rápido y decide
el plan que lo lleve raudo
a lo que su alma pide.
Si llega a salir, lo aplaudo.


La habitación real, con su gran cama, espejo y demás detalles típico, tiene como único adorno diferente, un laud. La reina está a punto de acostarse a la siesta.

Reina: -¿Quién osa interrumpir el descanso de una reina?

Carlo (mirando alrededor, buscando algo que le de alguna idea): -Oh, disculpe, me siento avergonzado. ¿Estaba por dormir?

Reina: -Así es. Si es que puedo, en realidad, porque tengo problemas de insomnio. Pero, de todas formas, ¿qué te importa, quién eres tú?

Carlo: -Soy el músico nuevo, me han contratado especialmente.

Reina: -¿Y se puede saber quién te contrató? Por si no lo sabías yo soy la que decide todo lo concerniente a la servidumbre.

Carlo: -Oh, es cierto, no lo sabía. El caso es que me han llamado para trabajar especialmente con usted. Seré su músico de arrullos.

Reina: -¿Músico de arrullos? No te entiendo.

Carlo: -Tengo la misión de cantarle a Su Alteza canciones de cuna para que pueda descansar como se lo merece. El Rey está preocupado por la situación desde hace tiempo.

Reina: -¿Y por eso te hizo venir a estas horas?

Carlo: -¡Claro! Por eso estoy aquí. Vengo a cantarle para que pueda dormir.

Reina: -¿Y por qué mi marido no me ha dicho nada?

Carlo: -Es que quería sorprenderla. Y además ha mantenido todo en secreto para que no se enteren los otros músicos de Palacio. No hay necesidad de generar envidias entre los artistas.

Reina: -Es cierto, porque se generan solas. No es prudente dar razones de incremento. Pero dime, ¿por qué no viene alguno de los músicos que ya tenemos?

Carlo: -Porque yo soy un especialista. Especialista en canciones de cuna, en hacer dormir a la gente. No hay persona que se mantenga despierta mientras canto, ya que mis métodos son infalibles.

Reina: -Muy bien. Entonces prepárate que tengo ganas de acostarme ya mismo.

Carlo: -Verá cómo funcionan mis canciones.

Reina: -A propósito, ¿dónde está tu laúd? No me vas a decir que no lo has traído, ¡dónde se ha visto un músico sin su instrumento!

Carlo: -¿La señora gusta que me acompañe con laúd?

Reina: -Así es. Amo el sonido de sus cuerdas, y de hecho he intentado aprender a tocarlo, sin demasiado éxito. Incluso compré uno antiquísimo, de las cortes de Phillip el Magno, que fue construído por el famosísimo compositor y luthier de su corte Ludwig van Spinen. Pero nunca pude tocar como se debe y quedó relegado a ser sólo un adorno para siempre.

Carlo: -Para siempre no. Usted me pregunta por qué no traigo mi laúd y la respuesta me la ha dado Su Alteza. Tengo órdenes de acompañarme con su instrumento, ya que ninguno de los que pueda traer este humilde servidor endulzaría sus oídos como un Spinen original.

Reina: -Es cierto, es cierto. Pues bien, aquí lo tienes. Me recuesto ahora. Hazme dormir.

Carlo: -Muy bien. Pero primero la preparación: usted cierre bien sus ojos... relájese... piense en el mar...

Reina: Odio el mar

Carlo: - ...en el Mar Muerto iba a decir... afloje todos sus músculos. Empiezo a cantar...


Su Majestad la reina
a la que rindo honor
quiere dormir su siesta,
entrar en un sopor...


Reina (de mala gana): -No me duermo


Su alteza no se duerme
pero ya falta poco
para que pueda verme
como un músico loco
que la hace dormitar

Reina: -No me dormito

La Reina no dormita
porque no puede ver
el paisaje del reino
en cada atardecer

Miro por la ventana
me calma la visión
de prados y animales
que veo desde aquí
Mirar por su balcón
y poder describir...

Reina (curiosa): -  ¿Qué ves?


Veo una ovejita,
y ahora veo dos,
tres ovejas ahora
y después dos más dos.

Y cinco saltan juntas
un cerco, y ahora seis
siete ovejitas pasan
y ahora ocho veréis

y nueve y diez y once
¿se puede imaginar
que hay doce y ahora trece
saltando sin parar?

catorce, quince, y hete
aquí la dieciséis
después la diecisiete
y vienen más despuéis...

Reina: -zzzzzzzzzzzz



Relator (aplaude)

Qué maravilla de historia
la que se está relatando,
pues Carlo con su laúd,
mientras estaba cantando,
a la vez iba escapando
del futuro de ataúd

que seguro le esperaba
si la reina no podía
con sus canciones dormir.
Nuestro héroe no sabía
lo que su anónima vida
le daba en su transcurrir.

Pues acaba de inventar,
por supuesto casualmente,
el mito de las ovejas
que se cuentan justamente
para relajar la mente,
desenredar la madeja

complicada del insomnio,
y sumirse de a poquito
en sueños reparadores
Así que se inventa el mito
porque Carlo, nerviosito,
vio corderos saltadores

(ovejitas, por ser justos),
y se distrajo contando
mientras la Reina caía
dormida. Ya está soñando.
Y nuestro héroe pensando
en su suerte, se reía.

Y pone en marcha el camino
de llegar hasta su amada
que se encuentra en la otra torre,
seguramente cansada
de seguir haciendo nada
más que peinarse. Recorre

el castillo, presuroso
nuestro amigo, y al final
llega hasta la otra escalera,
pero encuentra una señal
de advertencia en el umbral,
pues hay una cartelera

que dice que no se puede
subir, y que está vedado
el paso a quien se presente,
y el camino clausurado.
Se pueden ver derrumbados
dos pisos exactamente

y no hay acceso a la torre.
Así que Carlo imagina
que no será por ociosa
que nuestra princesa china
todo el día se empecina
en peinarse vanidosa,

sino que no tiene otra,
pues bajar no se aconseja
por escalera caída.
Ya tiene entre ceja y ceja
al arquitecto que deja
el trabajo de su vida

mal hecho por descuidado,
e incluso por ignorante,
¡dónde se ha visto estructura
que en tres pisos se levante,
y la escalera no aguante
el peso de una criatura

tan pequeña como ella,
y una noche de repente
se oiga derrumbe estruendoso,
y así inesperadamente
ella quede penitente
como preso en calabozo!

Carlo se queda pensando
en cómo llegar arriba.
Por escalera, imposible,
y varios mitos derriba
su mente, que a la deriva,
sueña un invento inasible.

Es una especie de carro
que no ha existido en la historia.
Va por aire, cual coleóptero
con alitas giratorias.
De este sueño no hay memoria:
aún no existe el helicóptero,

pero a Carlo se le ocurre
quichicientos años antes.
Aunque vaya impedimento
que tendría el fabricante,
pues no hay un hombre que aguante,
con la obra en movimiento,

ir en el techo girando
las hélices a pulmón,
para hacer volar a un hombre
que sentado en su sillón,
se acomode el almohadón,
y ni siquiera se asombre

del esfuerzo del muchacho,
que se queja con vigor.
Carlo piensa en la palanca
pero no sirve, en rigor.
No se le ocurre el motor,
y el invento se le estanca.

Así que será por soga
la llegada hasta la altura
del cuarto de la princesa.
La situación es tan dura
como mármol de escultura:
para llegar a su Alteza

debe remontar la cuerda
estando al pie de la torre,
por lo que debe salir,
porque desde adentro corre
el riesgo de que se borre
de un plumazo su existir

si llegare a verlo alguien.
Sale al campo por pasaje
secreto, porque la puerta
de adelante tiene el peaje
de Paco, que con coraje,
de seguro estará alerta.

Y hete aquí el inconveniente:
bajo la torre está el foso,
y Carlo debe meterse
en ese arroyo fangoso,
pero él es tan cuidadoso
que no desearía verse

embarrado hasta el ombligo
delante de su querida.
Así que más alejado,
con la ventana en la mira,
un gancho con soga tira,
pero pega en el costado

y cae al agua enseguida.
Él no tiene la potencia
para llegar de tan lejos,
y recurre a su sapiencia,
y dice "¡lo que es la ciencia",
pues recuerda un aparejo

que sirve para arrojar
a gran distancia las flechas.
La dificultad es ésta:
en el día de la fecha
la suerte no está derecha
y no trajo su ballesta.

Así que de nuevo debe
enfrentarse con su suerte
y también con el guardián
(quien con sólo mirar fuerte
puede provocar la muerte
de nuestro héroe rufián),

Y deberá convencerlo
de que le preste la suya.
Ya veremos si el mozuelo
logra que su idea fluya,
y que el guardia nunca intuya
que le están tomando el pelo.


Carlo: -Hola Paco. ¿Cómo sigue tu oído?

Paco: -Mucho mejor su Majestad. Aquí al reparo del viento no tengo demasiados dolores. ¿Cómo se encuentra usted?

Carlo: -Muy bien. Necesito que me prestes tu ballesta.

Paco: -Lo siento, su Alteza, no es por faltarle el respeto, pero se trata de mi arma. No puedo entregarla a nadie, por ninguna razón.

Carlo: -Pero te lo estoy pidiendo yo.

Paco: -Realmente lo siento, pero es la regla número uno del soldado: no entregar su arma. Imagínese que sin ella no puedo asustar a nadie que se presente de improviso amenazando la seguridad del Rey.

Carlo: -Pero si aquí nunca pasa nada, ¡es el único pueblo que no conoce guerras!

Paco: -No pasa nada... hasta que pasa.

Carlo: -Además, tú eres hombre de buen porte y tienes mucha fama de duro, nadie se atrevería a enfrentarte.

Paco: -Sin un arma hasta el más grande de los mastodontes está indefenso. Cualquiera con unas cuantas piedras o un palo podría causarme problemas. Y le digo más, con mis problemas auditivos podrían hacerme daño hasta con una flauta.

Carlo (haciéndose el distraído): -¿Y qué tienen que ver las flautas con el oído?

Paco: -¿Que qué tienen que ver? Cada vez que escucho una me mareo y debo acostarme.

Carlo (como una obviedad): -¡Pues claro, si para eso están las flautas! A mí me pasa lo mismo, pero ¿qué tiene que ver eso con tu enfermedad?

Paco: -Que el sonido me molesta más que a los demás y la música de las flautas actúa sobre mí como un golpe de martillo.

Carlo (fingiendo entender algo): -Aaaaahhh. Ahora entiendo qué sucede aquí. No te has enterado de lo que en realidad es una flauta.

Paco: -¿Lo que es en realidad? ¿Qué está queriendo usted decir?

Carlo: -Quiero decir que como toda la vida has sufrido del oído, no te has dado cuenta nunca del verdadero uso de la flauta.

Paco: -¿Verdadero uso?

Carlo: -La flauta es, en realidad, un arma mortífera. Se usa para producir mareos en el enemigo.

Paco: -A mí me produce mareos, pero no he visto nunca que a la otra gente también le pase.

Carlo: -Es obvio, amigo Paco. ¿Qué es lo primero que haces cuando ves que se está por ejecutar algo para ese instrumento?

Paco: -Huyo despavorido.

Carlo: -Y nunca ves lo que está pasando.

Paco: -Es cierto. Y las únicas veces que me han sorprendido me desmayé tan rápido que no he tenido tiempo de ver nada de nada.

Carlo: -Pues bien, te informo que no hace falta estar enfermo para desmayarse por el sonido de una flauta ¡maldito el desgraciado que inventó ese cruel aparato!

Paco: -¿Sabe qué? Nunca he escuchado nada de nada acerca de esto que me dice, y no es que desconfíe pero no quiero después comentarlo en la taberna y que todos se rían de mí ¿usted está seguro realmente de lo que me está diciendo?

Carlo: -Mira, aquí justo tengo una, vamos a hacer una prueba. Yo voy a tocar...

Paco (sacando la ballesta, a la defensiva): -¡Un momento, un momento! ¿Por qué mejor no toco yo y me demuestra usted que en los otros también funciona?

Carlo: -De acuerdo, de acuerdo. Toca tú, pero tápate los oídos con esto, así no sufres también el efecto.

Paco (poniéndose los tapones): - ¿Preparado?

Carlo: -Sí.

Paco toca varios sonidos. Carlo se retuerce por el piso sobreactuando exageradamente. De pronto se queda inmóvil. Paco se acerca preocupado.

Paco: -¡Lo siento, lo siento! ¿Se encuentra usted bien?

Carlo (recuperándose, actuando): -Si, si, ya estoy mejor.

Paco: -Discúlpeme, ¡me ha pegado un susto de muerte!

Carlo: -Pero bueno, ¿ves lo que te decía? Has tocado apenas unos segundos y casi me desmayo.

Paco: -Sí señor, le pido disculpas. Es un arma realmente interesante. ¿No podría conseguirme una?

Carlo: -No, la verdad que no. Hace tiempo que no conozco a nadie que las construya.

Se quedan pensando.

Paco (tímidamente): -Y... ¿no me presta la suya?

Carlo: -Oh, de ninguna manera, lo siento. Es mi única arma y no puedo andar desprotegido por ahí.

Paco (decepcionado): -Claro, lo entiendo. ¡Qué picardía!

Se quedan pensando. De pronto, Paco tiene una idea brillante.

Paco: -¡Se la cambio por mi ballesta!

Carlo: -¿Pero no era que no podías desprenderte de ella?

Paco (entusiasmado): -¡No, lo que no podía era andar sin un arma! Pero en este caso no hay problemas, ya que no estoy desprotegido. Me quedo con la flauta.

Carlo: -¿Y yo?

Paco: -Y usted con la ballesta. ¿Entiende?

Carlo: -¡Ahora sí! Disculpa, no te seguía. Eres más rápido de lo que pensaba. Claro que sí, entonces. Toma mi flauta.

Carlo: -¡Fantástico! Gracias por hacerme descubrir esta hermosa arma ahora! Tome mi ballesta. Y de nuevo le doy las gracias su Alteza, ¡muchas, pero muchas gracias!

Carlo: -Gracias a ti, amigo. ¡Gracias a ti!

Relator

Vuela la cuerda y el gancho
ya se engancha en el torreón.
Salió con mucha potencia
y encontró la posición
en el pequeño balcón
del cuarto de Su excelencia

Carlo tira de la soga
para medir la firmeza
y pega un salto gigante
de los pies a la cabeza
para esquivar con destreza
el sucio foso lindante.

Ya lo vemos ascendiendo
por la pared lateral.
Con la fuerza de sus brazos
y el sector abdominal
va llegando hasta el final
dando verticales pasos.

Y se le ocurre pensar
por qué será que no puede
sin la ayuda de una cuerda
caminar por las paredes
y que el cuerpo se le quede
horizontal, sin que pierda
el equilibrio y se caiga.
"Una fuerza silenciosa
desde abajo nos atrae",
y piensa su mente ociosa
que por esa extraña cosa
todo lo que sube, cae.


Pero colgado en la soga,
y ante el encuentro inminente
posterga su pensamiento
y lo anota mentalmente
para tenerlo presente
en algún mejor momento.

Y por tener algún modo
de recordarlo después
titula con brevedad
mientras se mira los pies,
que su idea extraña es
"la ley de la gravedad"

No cree que al fin resulte
algo útil de esa historia.
Pero mientras, va subiendo
al balcón, y ya la gloria
del amor no es ilusoria,
es una verdad naciendo.

Espía por la ventana
de su princesa añorada
y vislumbra la silueta.
Golpea y ve que su amada
ya viene. La hora soñada
se acerca y tiene en carpeta

todo lo que va a decirle
ni bien crucen la mirada.
El momento se avecina
y ya no importa más nada
a la hora señalada.

Sólo su princesa china.

La ventana se abre. La princesa no es china ni tiene cabellos lacios. Carlo no la mira, ensimismado en lo que va a decirle. En un momento la ve realmente.

Carlo (meloso): -
Belleza que en la noche me ilumina
hay en tu rostro cálido y sonriente,
quisiera convertirme en el pendiente
que en tu frágil oreja se adivina.

Me presento y declaro pretendiente
del imposible amor que se imagina... (duda)
¿estoy en un error o no eres china?
y no hay cabellos lacios de repente.

La breve decepción que se ha asomado
a mi alma no es cierta, aún pretendo
que  seas tú mi esposa. Sigo siendo
el mismo tonto y loco enamorado.

Cáigome de rodillas en tu calma.
Ruégote me hagas digno de tu alma.


Princesa: -Primero, hola, ¿no?. Ni siquiera me has dicho tu nombre.

Carlo: -Disculpe mi amada, mi nombre es Carlo. He estado todo el día trabajando arduamente para verla. Desde la mañana temprano...

Princesa: -No hace falta que me lo digas, te he visto.

Carlo: -¿Me ha visto?

Princesa: -Por supuesto. Desde aquí arriba se domina toda la zona. Y como hace un tiempo estoy aquí esperando que arreglen las escaleras y no tengo nada que hacer, miro por la ventana.

Carlo: -Así que no llego de sorpresa.

Princesa: -No. Si hubieras golpeado mi ventana sorpresivamente, no te habría atendido y mi grito habría sido escuchado desde los pueblos vecinos.

Carlo: -Ahora el sorprendido soy yo. Bien sé que no soy digno de Su Alteza, por lo que he venido a decirle que he decidido convertirme en un guerrero y pelear en todo el mundo...

Princesa: -Shhhh. Cállate y escúchame, por favor,

Pues en soneto has hecho tu propuesta
y en soneto pretendo responderte
pues no he nacido en bar de mala muerte
sino en culto palacio, y no me cuesta.

Te veo portador de impulso fuerte
en el pronto pedido de respuesta.
Y mi contestación al fin, es ésta:
acepto ser tu esposa. Estás de suerte.

Y además te comento de mi aspecto:
que yo recuerde nunca he sido china
ni de cabello lacio. Fue la rima
que requería término perfecto.

Queda todo explicado. Es la hora
de casarnos y ya ser tu señora.
Pausa

Carlo (sorprendido y dudando): -¿Ya?

Princesa: -Eso he dicho.

Carlo: -¿Ya en el sentido de... ahora?

Princesa: -Sí, ¿o acaso tienes algo mejor que hacer?

Carlo (disimulando): -Pero no podemos bajar desde aquí. ¡Está altísimo!

Princesa: -Si tú pudiste subir, ambos podemos bajar. Avisamos a toda mi familia, que se encuentra presente, llamamos al obispo y nos casamos hoy mismo. He escuchado el rumor de que hasta mi hermano que se la pasa viajando ha llegado a palacio.

Carlo (buscando excusas): -¿Pero tus padres avalarán la boda? Yo soy un hombre pobre y vulgar, común y corriente.

Princesa: -Oh, no te preocupes por ellos. Mis padres tienen una mentalidad muy abierta. Son un caso extraño de reyes progresistas.

Carlo: -Mira, tengo una idea desde hace tiempo que es convertirme en un guerrero y salir a conquistar muchas tierras para ti. Era mi intención salir ya mismo en mi cruzada personal y dentro de un tiempo... en el futuro... unos cuantos años, digamos, de estar viajando y luchando y conquistando, volver y ahí si poder casarnos como se debe. Tú te mereces un hombre fuerte.

Princesa: -¿Un hombre fuerte?

Carlo: -Así es, eso es lo que quiero demostrarte. Déjame ir a vencer a los mejores guerreros del continente y...

Princesa: -Vamos a hacer una cosa, porque descreo de que puedas convertirte en algo que no eres. Te desafío a pelear contra mí ahora mismo. Si logras vencerme, aceptaré que vayas a la guerra. Si yo te venzo, nos casaremos hoy mismo.

Carlo: -Me niego. Eres una frágil criatura y no quiero hacerte daño.

Princesa: -Por eso mismo. Si no puedes vencerme quedará demostrado el grado de locura que yo percibo en tu idea. Aceptando la derrota, te dedicarás a otras cosas más útiles que andar peleando como un primate. Ven aquí si te crees tan valiente, te invito a pelear.

Carlo: -¿Y si digo que no?

Princesa (feliz): -¿Entonces aceptas casarte conmigo ya mismo?

Carlo: -Sólo preguntaba. Ponte en guardia.

Carlo y la Princesa luchan. La princesa lo vence. Carlo pide un segundo round. Vuelve a perder. Se incorpora e intenta con el karate. Es vencido nuevamente. Continúa intentando.


Relator

Y esta historia ya camina
por su final sorprendente,
pues Carlo intentará en vano
el vencer a su oponente,
 y ni el karate de oriente
podrá ofrecerle una mano.

La verdad es que se siente
 de la derrota un hermano,
vencido, y quien lo domina,
no es guerrero ni villano
ni rey de pueblo cercano:
es su princesita china.

Un desenlace a trasmano
de seguro se avecina.
Se siente tan impotente
que una máquina imagina
tremendamente dañina
y sin dudas muy potente.

Es un carro que propina
golpes de pólvora ardiente,
y el que se encuentre cercano
con el traje de oponente,
de miedo caerá silente.
Y se sentirá malsano

del temor por el rugiente
vehículo sobrehumano,
que con su potencia arruina
todo lo que estaba sano,
y descubre lo inhumano
de la máquina asesina.

Es en realidad lejano
este tanque que maquina,
ya que una versión decente,
debería ser más fina
y tener (pues no camina)
movimiento independiente.

Mas la idea no culmina,
pues descubre de repente
lo que tanto tiempo en vano
buscó infatigablemente.
¡El motor viene a su mente!
Y entonces el aeroplano,

(cuya idea anteriormente
ha descartado de plano)
y otras ideas divinas
que escuchó de un italiano,
Leonardo Da Vinci, el tano,
no serán ya bizantinas.

Y en eso le entra una mano
de su princesita china
y cae al piso inconsciente.
El golpe le contamina
la idea, que se le arruina.
Y cuando vuelva, doliente,

con su mandíbula en ruinas
sabrá que estúpidamente
el humano se empecina
en batallas asesinas,
en lugar de usar la mente
de manera inteligente,
 y desde sus propias manos
crear cosas sorprendentes
y disfrutarlas, sonrientes,
junto a todos sus hermanos.